Miércoles, 23 Abril 2025

Dióxido de carbono (CO2), metano (CH4), ozono (O3), óxidos de nitrógeno (Nox) y clorofluorocarbonos (CFC) son los gases de efecto invernadero, culpables del súbito aumento de temperatura, que afecta gravemente los ecosistemas y la biodiversidad. Estos son emitidos a la atmósfera por la mayoría de actividades humanas y a gran escala, potencian la problemática.

Animales, plantas y recursos naturales son los grandes damnificados. Las emisiones impiden su adaptación a las nuevas condiciones climáticas, condenándolas al inminente riesgo de extinción. No obstante, el ser humano no escapa a la latente amenaza, la desaparición de la biodiversidad también afecta la calidad de vida de las personas y su supervivencia.

Desertificación, huracanes, reducción de playas, grandes tornados, inundaciones y descongelamiento de los polos son algunos de los fenómenos derivados del cambio climático. Estos, además de impactar a la naturaleza, generan pérdidas económicas incalculables, que en países en vía de desarrollo son imposibles de controlar y mitigar.

Por esta razón, modificar hábitos cotidianos resulta una estrategia eficaz para controlar las fuertes consecuencias del cambio climático. Comprar menos productos envasados, usar bolsas de tela en vez de plásticos, separar y clasificar los desechos sólidos para usarlos de nuevo y evitar que sean tratados como desperdicios, así como darles a los originales un nuevo uso, son acciones que contribuyen de manera directa a enfrentar sus efectos.

También, el uso de energías alternativas y tecnología ecológica son una fuente de protección de la biodiversidad. La creación de nuevos materiales para industria, con apropiación de menos recursos naturales y la fabricación de productos más sostenibles, conduce a preservar las condiciones bióticas del planeta y en esa medida, a mejorar las expectativas de vida para la población y futuras generaciones.
 

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