Miércoles, 23 Abril 2025
Por Vanessa Saldarriaga Soto
 
Javier García está caminando sobre el agua. Emula la hazaña del apóstol Pedro: no en el Mar de Galilea, sino en la ciénaga Los Manatíes. En su caso no es la fe la que “sostiene” sus 70 kilos de peso, sino una alfombra de chancletas, botellas plásticas, troncos de madera e icopor que flota bajo sus pies.
 
El hombre, que trabaja en las playas de Sabanilla, no es especialista en topografía, pero con el palo que sumerge en el agua calcula la profundidad donde piensa plantarse: “Tiene como medio metro de hondo”, valora en la primera medición.
 
Pese a que la escena indecorosa de contaminación es común en la retentiva de los moradores, esta vez Luis Pérez está más sorprendido: “Por primera vez veo que llega tanto. Siempre pasa lo mismo: limpiamos y vuelven los desechos”, asegura el hombre que lleva 30 años trabajando para un centro de eventos que colinda con el cuerpo de agua.
 
Hace un mes, durante una marea alta, el nivel del mar sobrepasó la barrera natural que lo separa de esta ciénaga y fue entonces cuando la subienda no trajo peces sino basura.
 
Juan Camilo Restrepo, geólogo y doctor en Ciencias del Mar, explica que el acumulado corresponde, en su mayoría, a material transportado por el río Magdalena. Expone que las comunidades ribereñas suelen lanzar desechos al río o a los caños que pasan cerca de sus viviendas y que la basura es arrastrada por el agua hasta zonas como la ciénaga Los Manatíes.
 
“Puede que allí hayan zapatos que arrojaron incluso desde Bogotá”, asegura Luis Carlos Díaz, biólogo y decano en Ciencias Básicas de la Universidad del Atlántico, quien detalla que a las playas del departamento del Atlántico llegan con frecuencia estos desechos por estar tan cerca a la desembocadura del río Magdalena, que involucra el 49 por ciento del territorio colombiano.
 
El documento ‘Río Magdalena: informe social, económico y ambiental’, entregado en 2013 por la Procuraduría Delegada para Asuntos Ambientales y Agrarios, revela que el 44 por ciento de los 596 municipios encuestados que hacen parte de la cuenca del río no tienen un sistema de disposición final de residuos sólidos. “Esto lleva a que la gente lance la basura al río”, afirma Restrepo.
 
Díaz agrega que la convergencia entre las corrientes marinas y la dirección del viento “desde el mar hacia el continente” arrastra el material y lo acumula en las playas cercanas a Bocas de Ceniza.
 
Los desechos que llegan hasta la zona también se acumulan en los sectores de manglar, lo que preocupa a biólogos, pues el material impide que estos puntos cumplan con su función natural de ser 'sala cuna' de peces. / Foto: Vanessa Saldarriaga.
 
A pesar de la magnitud de este desastre ecológico y de su reiterada ocurrencia, la Corporación Autónoma Regional del Atlántico realizará en los primeros días de junio una jornada de limpieza, con el apoyo de los miembros de la Asociación de Caseteros de Sabanilla (Asoplaya), informó Alberto Escolar, diretor de la CRA.
 
El operativo debe incluir la restauración de los manglares de la zona, que también están rodeados de icopor, botellas plásticas y zapatos, los cuales pueden empezar a disolver sustancias contaminantes y alterar el equilibrio del ecosistema. Restrepo suma entre las posibles consecuencias la pérdida de oxígeno disuelto en el agua por la descomposición de estos desechos, lo que podría generar una mortandad de especies.
 
Mientras García intenta dejar atrás la “alfombra de la vergüenza”, reflexiona: “Esto es una bodega de chancletas. Debe ser difícil encontrar peces aquí”.

 

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