Texto: Daniel O. Mendivelso Rodríguez
Escondidas en las plantas leñosas del manglar, en la periferia de las ciénagas o sumergidas en las lagunas, allí nacen y viven las hicoteas, como se les conoce en la costa norte de Colombia, o morrocoy de agua, como le llaman en Venezuela. No importa cuál de sus nombres se utilice, se trata de la sorprendente Trachemys sciipte callirostris, una tortuga que habita en climas tropicales, con ecosistemas de agua dulce.
Aunque al interior de su hábitat recibe constantes amenazas por continuas inundaciones, el más cruel castigo proviene de los seres humanos, que las capturan salvajemente para comercializar su carne y sus huevos, sobre todo en época de Semana Santa, las torturan dejándolas boca arriba bajo el sol y sumergiéndolas vivas en agua caliente, para luego ser deleite de propios y extraños en exóticos banquetes.
Tal es la preocupación de las autoridades ambientales, que la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza ha categorizado a la hicotea como “especie vulnerable en riesgo de extinción”, debido a su alto índice de consumo en los departamentos de Córdoba, Sucre, Magdalena y Atlántico, donde se calcula que anualmente son cazados al menos un millón de ejemplares.
Los depredadores que frecuentan su hábitat, han desarrollado numerosas técnicas perversas para su caza. Queman indiscriminadamente grandes hectáreas de pastizales cercanos a las ciénagas, con el propósito de que ellas salgan de sus escondites y poder atraparlas o chuzarlas hasta causar su muerte.
A la hora de obtener beneficios, los cazadores no discriminan ni respetan las fases de desarrollo de la hicotea. Ellos venden los huevos y las crías, a la par con las adultas, aunque de estas se obtengan pocas ganancias debido a su corta edad.
En aras de su conservación, es urgente generar mecanismos de denuncia para que las autoridades ambientales puedan actuar oportunamente frente a este delito. También es necesario implementar prácticas legales de comercialización, respetando los estándares de talla y otorgando un precio que logre beneficiar a los cultivadores de la tortuga y a los consumidores, sin abusar de su distribución.
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