Lunes, 21 Abril 2025

Estos son los contradictores del concepto de cambio climático; acá sus argumentos y sus puntos débiles. Según ellos, hay demasiado ruido sobre un hecho sin bases reales.


En 2004, Michael Crichton, el autor más vendido del momento gracias al éxito de su obra Parque Jurásico, publicó Estado de miedo, un libro en tono de ficción que se valió de la crítica para acabar con “el sensacionalismo de la ecología”. Aplaudido por los detractores de la teoría del cambio climático, se convirtió en una especie de biblia de los opositores y en una justificación más para que Estados Unidos no se adhiriera al Protocolo de Kyoto, pero además para señalar a los ecologistas como terroristas en contra del orden mundial establecido. Lo que pocos sospechaban es que la ficción de Crichton se volvería una realidad, pero a la inversa.

Porque los argumentos usados en la década de los noventa por la industria tabacalera en su lucha contra las acusaciones de que el cigarrillo producía cáncer fueron retomadas por los escépticos para liderar la campaña contra el cambio climático generado por el hombre. Aunque en la última década han sido publicados en Estados Unidos 928 artículos sobre el calentamiento global con consenso científico, los detractores lograron que la mitad de la información sobre el tema publicada en los últimos 14 años en los cuatro diarios más importantes fuera para sus teorías contra el calentamiento global; así mismo, han impedido que Estados Unidos avance en ese capítulo de su política ambiental en los últimos lustros, incluido Obama, que no se ha atrevido a tomar las decisiones que anunció en su primera campaña.

¿En qué radica su poder? Greenpeace reveló en un estudio que la compañía ExxonMobil ha financiado a la mayoría de estos grupos en los últimos años, con aportes que superan los 22 millones de dólares desde 2008. No hay detractor que no esté vinculado de una u otra forma a estos grupos de investigación. En Catorce6 le decimos quiénes son esos grandes opositores, qué dicen, qué vínculos tienen, cuáles son sus argumentos. Aquí están los mayores conspiradores del cambio climático, en caliente.

El Instituto Marshall y otras organizaciones Con sede en Virginia, EE. UU., el Instituto Marshall fue fundado en 1984 con la intención de catapultar la “Guerra de las estrellas” que lideró el presidente Ronald Reagan, y que tras la caída del comunismo dejó de tener su sentido real. Pero el Instituto no se acabó allí, sino que prosiguió, esta vez enfilando sus investigaciones contra el cambio climático antropocéntrico.

La creencia básica del Instituto está en que si se acepta la teoría del cambio climático, se dejaría de lado la libertad económica del país del norte y eso significaría perder libertad y poder político. Sus investigaciones han convencido a presidentes como George W. Bush, quien los ha llamado “sus científicos” por sobre el resto de la comunidad estudiosa del tema. El argumento del Instituto Marshall es que la comunidad sigue en desacuerdo, y mientras no haya consenso científico, no hay cambio climático. Además –aducen– aún no se posee suficiente información y ha habido periodos de la historia en los que se ha vivido lo mismo que hoy. Por lo tanto, es normal.

No son, sin embargo, los únicos. El Panel Internacional No Gubernamental sobre el Cambio Climático (NIPCC), que entre otras, invita al público a “descubrir los beneficios del CO2 atmosférico”, reúne a una buena parte de los científicos no gubernamentales. Entre sus miembros más destacados está el físico Fred Singer –a quien se le comprobó un estipendio de 5.000 dólares mensuales por negar el cambio climático este año– y el alemán Gerd Weber, quien trabajó durante 25 años en la Asociación de Carbón Alemana. Pero hay más, y muy fuertes: Competitive Enterprise Institute, Hoover Institution, National Center for Policy Analysis, American Council on Science and Health, Heritage Foundation, Annapolis Center for Science, Manhattan Institute for Policy Research, Fraser Institute, CFACT, ALEC y Frontiers of Freedom Institute, junto con una empresa encargada de difundir la duda entre el público: The Advancement of Sound Science Coalition. Y otras más pequeñas. Entre todas, ejercen una presión inmensa y han impedido que se regularicen las emisiones de carbono en Estados Unidos. Hasta hoy, van ganando la partida.

Fred Singer y científicos contradictores

Fred Singer y sus grupos de influencia son parte del tres por ciento de los expertos que no están de acuerdo con que los gases de efecto invernadero producidos por el ser humano afecten al planeta. Este físico de 88 años es uno de los gurúes de la duda. Su mayor argumento es “que la naturaleza, no la actividad humana, es la que rige el clima”. El físico trabaja con quince organizaciones y ha hecho dos publicaciones, y ya que se le comprobó haber recibido beneficios de ExxonMobil, ha sido consultor de varias petroleras y un cheque de 5.000 dólares mensuales entra a su cuenta por sus negaciones contra el cambio climático. Pero convence: la vocera ambiental del parlamento alemán, Marie-Luise Dött, afirmó haberse sentido iluminada por sus opiniones, aunque luego tuvo que retractarse porque contradecía su labor.

“Nuestro problema no es el clima, sino los políticos que quieren salvar el clima. Mi esperanza es que ellos, los que no son estúpidos, vean la luz”, afirma. Su opinión alcanzó relevancia mundial cuando participó en el documental La gran estafa del calentamiento global, la cinta que le hizo oposición a Una verdad incómoda, dirigida por el vicepresidente estadounidense Al Gore. Su argumento básico es que no existe prueba de que el calentamiento global sea causado por el aumento de los gases de efecto invernadero producto de las actividades humanas. La variación climática se debe al calentamiento de los océanos, la actividad solar y los ciclos naturales de enfriamiento y calentamiento de la Tierra.

Para él, los climatólogos son mentirosos, conspiradores, buscan paralizar la producción y difundir el comunismo. Antes del cambio climático estuvo en contra de los argumentos del agujero de ozono y la lluvia ácida. Pero no está solo: Claude Allegre es un reconocido geofísico y exministro de Educación de Lionel Jospin, en Francia. Él considera que el calentamiento global es una ilusión alarmista, y la ecología, el negocio del momento. Escribió el libro La impostura climática, y es uno de los científicos más prominentes de Europa; John Christy es el director del departamento de ciencias atmosféricas, y asegura que el calentamiento traerá beneficios a la humanidad; Richard Lindzen, profesor de meteorología de MIT, es un detractor de primer orden, y sus opiniones son publicadas por ExxonMobil.

En 1995 se le comprobó que recibía 2.500 dólares diarios como consultor de petroleras y compañías carboníferas. Y hay más: Sallie Baliunas es una científica del Harvard-Smithsonian Center for Astrophysics, y lo que dice es usado por todos los grupos asociados a ExxonMobil. Su argumento base es que la actividad solar causa el cambio climático y produjo, entre otros, el agujero de ozono. Por su parte, Craig Idso, en cabeza del NIPCC (ver: Instituto Marshall y otras organizaciones), es uno de los científicos más poderosos del momento: ha producido, entre otros, tres documentales contra el cambio climático. Sin embargo, en febrero de 2012 se le demostró que recibía 11.600 dólares mensuales del Heartland Institute por atacar el cambio climático. Su frase más célebre fue: “El CO2 definitivamente no contamina”.

Y quedan dos más: Patrick J. Michaels, profesor de ciencias ambientales y uno de los escépticos más citados. Con dos libros a su haber, aceptó recibir al menos el 40 por ciento de sus ganancias de compañías de combustibles fósiles, ya sean petroleras, mineras, de carbón o de energía; y Frederick Seitz, quien es considerado el tatarabuelo de los escépticos al cambio. Este último fue el autor del reporte base que llevó a que Estados Unidos no ratificara el Protocolo de Kyoto.

ExxonMobil

Da la impresión que, tal y como hizo Philip Morris en la década de los noventa para refutar las acusaciones de cáncer por el consumo de cigarrillos, la petrolera ExxonMobil ha desplegado grandes esfuerzos con un propósito claro: sembrar dudas sobre el calentamiento global. Más que refutar de lleno, su estrategia es esa: hacer que la gente dude de la veracidad de los estudios que hablan de un desajuste climático, porque ante la incertidumbre las personas, que son consumidores, suelen continuar con sus viejos patrones de comportamiento.

ExxonMobil estableció el Equipo Científico del Clima Global como una de sus primeras estrategias para no pronunciarse directamente, sino a través de investigaciones con base científica. Hoy en día hay más de cien organizaciones distintas, que van desde el National Center for Policy Analysis, el Heartland Institute y el Center for Science and Public Policy hasta el American Petroleum Institute, el sólido George C. Marshall Institute o la Heritage Foundation, entre muchas otras, que reciben apoyo directo o indirecto y que presionan desde distintos sectores para que la duda continúe sembrada.

Su presión ha surtido efecto, hasta la fecha, en uno de los países más contaminantes del mundo. En 2001 obtuvieron uno de sus más grandes triunfos al ganar el apoyo del presidente George W. Bush, quien rechazó firmar el Protocolo de Kyoto. Aún hoy, las encuestas reflejan que la mitad de los estadounidenses duda que el cambio climático sea cierto y creen que se produce, más bien, por periodos intensos solares. Las acciones influyentes de ExxonMobil alcanzan a páginas web, grupos civiles y religiosos, columnistas y centros científicos, y sus inversiones en este campo superan los 22 millones de dólares. Claro, no están solos: otras petroleras (British Petroleum, Texaco y Shell) estuvieron en la misma campaña. Entre varias de ellas dieron vida a nombres confusos como la Coalición Clima Global, que aunque se encuentra desactivada, promovía hasta hace poco la opinión de las industrias frente al debate.

James Inhofe y más políticos

El senador James Inhofe, por su parte, es el más ruidoso e influyente de todos los senadores y ha sido el autor de frases históricas, como cuando afirmó que el calentamiento global era la “farsa más grande perpetrada contra el pueblo estadounidense”, “que el dióxido de carbono no ‘es un contaminante real’ y que si todo falla, “Dios estará ahí” porque “es arrogante creer que los humanos podemos cambiar algo”. Según Oil Change International, Inhofe ha recibido más de un millón de dólares de la industria del carbón y del petróleo.

Sus tentáculos abarcan siete organizaciones, cinco de las cuales están en contacto directo con él, como, por ejemplo, la Washington Legal Foundation, que en 2005 recibió 180 mil dólares por parte de ExxonMobil, y que predica lo que defiende Inhofe: más libertad económica e individual, y menos restricciones gubernamentales.

De su lado tiene a no pocos políticos poderosos, casi todos ellos del Partido Republicano; entre los más duros, al ala conservadora más radical del Tea Party entero, en cabeza de Sarah Palin, quienes defienden como partido “poner freno a los esfuerzos por reducir la polución del carbón” y rechazar “cualquier regulación a las emisiones de dióxido de carbono”. Junto a esos duros huesos de roer está Tom Donohue, el actual presidente de la Cámara de Comercio de Estados Unidos, y el hombre encargado del “cabildeo y el poder político en el mundo” para fortalecer los mercados de capital. Para que la manera de hacer negocios de Estados Unidos continúe tal cual, ha gastado 65 millones de dólares (una cifra tres veces superior a la invertida por ExxonMobil) en su campaña para bloquear al Congreso de que siga poniendo límites a las regulaciones por la polución de carbono.

Warren Buffett, inversionista, empresario y además consejero, está en el ala más extrema de los republicanos y presiona al gobierno por su lado. Sus razones son económicas: invirtió miles de millones de dólares en industrias relacionadas con el carbón y, hace poco, en la Burlington Northern Santa Fe, la mayor transportadora del carbón en Estados Unidos. Su seguridad al comprar levantó las sospechas de todos: si Buffett, un inversionista que juega a la fija, invirtió en carbón, era porque se sentía seguro de que su país no cambiaría sus políticas frente al cambio climático. Jack Gerard, el hombre al frente del Instituto de Petróleo Americano, y Rex Tillerson, el presidente de ExxonMobil, combaten de lleno en el plano político la legislación climática y financian a políticos escépticos.

Entre los políticos contradictores del cambio climático se cuentan el exsecretario de Defensa Donald Rumsfeld, el exvicepresidente Dick Cheney y la exsecretaria de Estado Condoleezza Rice. La lista es mucho más larga, pero los pocos nombres dan cuenta del peso que tienen los detractores en el país del norte. Y de su influencia en el mundo.

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