Luego de 100 años mirando en direcciones distintas estas comunidades trabajaron en conjunto por su futuro.
“No hace más de 30 años que venía desde Santa Ana a esta playa (Playa Blanca), me metía al mar hasta la rodilla y con una puya cazaba peces maravillosos que alcanzaban a pesar más de 40 libras. Sí, cazaba porque tenía que lanzar la puya con fuerza para ensartar el pez. El resto del día cocinaba algo y me dedicaba a apreciar ese espectacular mar azul. Quedaba embelesado mirando el horizonte hasta que anochecía y volvía a la casa con la comida del día siguiente. Hoy en esta misma playa he visto hasta 15.000 turistas que se amontonan, se quedan todo el día y al final de la tarde nos dejan todo lleno de basuras”. Así dice Rafael Paternina un viejo pescador devenido en mesero del kiosco restaurante, que su mujer montó para atender turistas de todos los continentes durante los fines de semana.
Créditos foto: Javier Zamora

Barú es una península que desde el siglo XVI terminó convertida en isla debido a la fractura que le significó la construcción del Canal del Dique. Desde entonces fueron configurándose en ella los tres pueblos de pescadores artesanales y agricultores de pancoger que hoy se conocen con los nombres de Santa Ana, Barú y Ararca y que como Rafael han disfrutado durante décadas como él mismo dice: de lo que Dios les había regalado. Los tres pueblos se distinguen cada uno.
Ararca
Ararca creció mirando hacia la Bahía de Cartagena y ha sido testigo lejano de las idas y venidas de embarcaciones que van desde los grandes buques post-panamax, hasta los pequeños veleros de gente seducida por esa mezcla de historia y biodiversidad que siempre ha sido el caribe cartagenero. Su gente aprendió a relacionarse con marinos de todo tipo que encontraban en esa zona, un remanso para descansar y disfrutar mientras emprendían sus nuevas faenas. Ya en los últimos 20 años, los ararqueños han sido decisivos para la implantación en su vecindario, de grandes proyectos portuarios, complejos hoteleros y lujosas urbanizaciones que empezaron a poblar la isla.
Créditos foto: Javier Zamora
Al contrario de otras experiencias, sus líderes aprendieron a poner al servicio del mejoramiento de su entorno, el derecho constitucional que tienen como afrodescendientes a las consultas previas. Así consiguieron pavimentar sus calles, mejorar sus viviendas, contar con un gran polideportivo tan bien iluminado, que se ha convertido en el alma de una comunidad que todas las noches se activa alrededor de un partido de softbol o fútbol. El colegio por su parte, está muy bien equipado y cuenta con nuevas tecnologías para formar a sus jóvenes. “Es que cuando yo era muchacho me tocaba caminar más de una hora para llegar a mi colegio en Santa Ana. De los que empezaron conmigo sólo terminamos dos el bachillerato, pues ir y regresar del colegio con estos ‘solazos’ era una prueba de empeño que no todos pasaron. Hoy los niños de mi comunidad tienen un excelente colegio a solo cinco minutos a pie desde sus casas. ¿No creen que valió la pena esta consulta previa?”, expresa con emoción Estivenson Berrío de 30 años representante legal del Consejo Comunitario, al referirse a una de la decena de consultas previas en las que ha participado.
Créditos foto: Javier Zamora
Santa Ana
Ararca creció mirando hacia la Bahía de Cartagena y ha sido testigo lejano de las idas y venidas de embarcaciones que van desde los grandes buques post-panamax, hasta los pequeños veleros de gente seducida por esa mezcla de historia y biodiversidad que siempre ha sido el caribe cartagenero. Su gente aprendió a relacionarse con marinos de todo tipo que encontraban en esa zona, un remanso para descansar y disfrutar mientras emprendían sus nuevas faenas. Ya en los últimos 20 años, los ararqueños han sido decisivos para la implantación en su vecindario, de grandes proyectos portuarios, complejos hoteleros y lujosas urbanizaciones que empezaron a poblar la isla.

Al contrario de otras experiencias, sus líderes aprendieron a poner al servicio del mejoramiento de su entorno, el derecho constitucional que tienen como afrodescendientes a las consultas previas. Así consiguieron pavimentar sus calles, mejorar sus viviendas, contar con un gran polideportivo tan bien iluminado, que se ha convertido en el alma de una comunidad que todas las noches se activa alrededor de un partido de softbol o fútbol. El colegio por su parte, está muy bien equipado y cuenta con nuevas tecnologías para formar a sus jóvenes. “Es que cuando yo era muchacho me tocaba caminar más de una hora para llegar a mi colegio en Santa Ana. De los que empezaron conmigo sólo terminamos dos el bachillerato, pues ir y regresar del colegio con estos ‘solazos’ era una prueba de empeño que no todos pasaron. Hoy los niños de mi comunidad tienen un excelente colegio a solo cinco minutos a pie desde sus casas. ¿No creen que valió la pena esta consulta previa?”, expresa con emoción Estivenson Berrío de 30 años representante legal del Consejo Comunitario, al referirse a una de la decena de consultas previas en las que ha participado.

Santa Ana
Desde la otra orilla de la isla, Santa Ana siempre miró a la Bahía de Barbacoas a las espaldas a Ararca. Una laguna de agua dulce en sus inmediaciones era fuente de agua que los viejos cuentan era medicinal y sus caños escenarios que como en la pesca milagrosa rebosaban las canoas, con la diferencia que acá esa pesca era de todos los días. Por su ubicación ha sido siempre una especie de población capital de toda Barú lo que le ha permitido ser sede de los principales equipamientos de la isla, logrados a partir de la vecindad con propiedades de familias tan reconocidas como los Santodomingo y los Echavarría y sus decididos apoyos. De allí nació hace 30 años el colegio Barbacoas y después una clínica que sirve para atender las urgencias de toda la isla.

También un acogedor centro de vida que le hace los días alegres a los abuelos santaneros. De los tres poblados Santa Ana es hoy el que más está recibiendo inmigrantes que se multiplican día a día desde que se construyó el puente de pasacaballos que de la noche a la mañana facilitó el acceso a la isla a todo el mundo. El incremento de la población de Santa Ana ha sido tan vertiginoso y desordenado que la otrora laguna de agua sagrada, empezó a morir lentamente desde que una veintena de familias construyeron sus ranchos sobre el espejo de agua. Por eso los líderes de la comunidad han decidido conseguir recursos para comprar lotes y a hablar con las autoridades para ofrecer una solución de vivienda a esos hogares para ver de nuevo su laguna con el esplendor de hace 10 años. Pero también les preocupa el futuro de sus jóvenes que en cifras alarmantes están empezando a caer en la droga y el dinero fácil. Hoy los líderes se están movilizando en la búsqueda de alternativas que alejen a sus jóvenes de la inactividad y el ocio.
Barú
Créditos foto: Javier Zamora
El corregimiento de Barú es el más alejado de todos, de gran atractivo, al llegar parece una comunidad suspendida en el tiempo. Para llegar a él los pocos ararqueños y santaneros que los visitan debe contratar los servicios de experimentados motociclistas que aprendieron a moverse en las arenas poco compactas de una zona que conocen como Playetas, de difícil transito. Todo esto porque la carretera no alcanza a llegar hasta la punta de la península donde está el poblado. Los baruleros prefieren que se mantengan esos obstáculos naturales pues gracias a ellos han logrado poner filtro a los visitantes y darle valor a su historia, a sus costumbres ancestrales, a sus mitos y a sus narraciones centenarias. Por eso para muchos, llegar al corregimiento de Barú es llegar a una comunidad suspendida en el tiempo.
Créditos foto: Javier Zamora
Sus calles amplias y bien trazadas son adornadas por casas grandes construidas a mediados del siglo pasado con un fino criterio arquitectónico y que han logrado preservar con éxito su identidad cultural. Así mismo a través de estrategias de formación y acción cultural y establecimiento de protocolos rigurosos han logrado enmarcar su relacionamiento con foráneos. Ningún extraño puede actuar en el poblado si no cuenta con la autorización del Consejo Comunitario, previa una explicación de las actividades que pretende desarrollar. Sus héroes están vivos y con sus fotografías adornan las amplias calles de su poblado. Su organización tiene gran incidencia en la vida cotidiana de sus habitantes y tiene como obsesión superar la ausencia de agua potable en sus hogares y la escasa -casi nula- atención en salud.
Playa Blanca

El corregimiento de Barú es el más alejado de todos, de gran atractivo, al llegar parece una comunidad suspendida en el tiempo. Para llegar a él los pocos ararqueños y santaneros que los visitan debe contratar los servicios de experimentados motociclistas que aprendieron a moverse en las arenas poco compactas de una zona que conocen como Playetas, de difícil transito. Todo esto porque la carretera no alcanza a llegar hasta la punta de la península donde está el poblado. Los baruleros prefieren que se mantengan esos obstáculos naturales pues gracias a ellos han logrado poner filtro a los visitantes y darle valor a su historia, a sus costumbres ancestrales, a sus mitos y a sus narraciones centenarias. Por eso para muchos, llegar al corregimiento de Barú es llegar a una comunidad suspendida en el tiempo.

Sus calles amplias y bien trazadas son adornadas por casas grandes construidas a mediados del siglo pasado con un fino criterio arquitectónico y que han logrado preservar con éxito su identidad cultural. Así mismo a través de estrategias de formación y acción cultural y establecimiento de protocolos rigurosos han logrado enmarcar su relacionamiento con foráneos. Ningún extraño puede actuar en el poblado si no cuenta con la autorización del Consejo Comunitario, previa una explicación de las actividades que pretende desarrollar. Sus héroes están vivos y con sus fotografías adornan las amplias calles de su poblado. Su organización tiene gran incidencia en la vida cotidiana de sus habitantes y tiene como obsesión superar la ausencia de agua potable en sus hogares y la escasa -casi nula- atención en salud.
Playa Blanca
Playa Blanca es el más reciente poblado de la isla y se fue conformando con nativos que todos los días se acercaban a atender turistas. Desde hace 30 años, algunos empezaron a construir cabañas para que los visitantes pudieran pernoctar y en ellas construyeron sus habitaciones para atenderlos a toda hora. Hoy ya hay una treintena de hogares que poco a poco se ha ido especializando en la atención de visitantes y en la adopción de normas de convivencia. Así han proferido mandatos sobre el manejo de sus residuos, sobre el agua, sobre su seguridad, sobre la ocupación de la playa. El esplendor de su paisaje llevó al proyecto Playa Blanca-Barú a imaginar un complejo turístico sin consultar a la comunidad el cual implicaba el desalojo de la misma. Por eso se volvieron expertos en legislación ambiental, en derechos colectivos y del ambiente, al punto que lograron parar el proyecto y apenas en mayo de 2017, ser reconocidos mediante sentencia de la Corte Constitucional como comunidad afrodescendiente, con consejo comunitario y derecho a la consulta previa. Hoy, sus líderes tienen claro que deben llegar a acuerdos con las autoridades para su propio reasentamiento a fin de que las playas que ocupan se consoliden como bienes de uso público, pero no renuncian a ser tenidos en cuenta en las decisiones que se tomen en la isla.

El camino para juntarse
Pero las nuevas realidades de la isla los está cambiando a todos. “Los últimos diez años nos han cambiado la vida. Ya nos habíamos acostumbrado a que no pasaba nada; siempre hemos sido pobres, vivíamos de pequeños cultivos de pan coger, de la pesca, y algo del turismo. En estos años han llegado grandes proyectos portuarios, un gran hotel y urbanizaciones que nos han permitido obtener cosas que nunca pensábamos que tendríamos, porque los alcaldes siempre nos han tenido en el olvido”, dice Wilder Guerrero uno de los líderes del comité de deportes del corregimiento de Ararca. Como Wilder, piensan la mayoría de los líderes que en los últimos meses entendieron la importancia de sumarle una nueva responsabilidad a su liderazgo comunitario: “Sin abandonar nuestro compromiso con cada una de nuestras comunidades, estamos empezando a pensar como isla, pues el futuro no lo pueden imponer de afuera. No nos oponemos al desarrollo, pero tampoco aceptamos que ese desarrollo pase por encima de nuestra historia, nuestra cultura y nuestros derechos” dice con vehemencia Leonard Vallecilla, representante legal del Consejo Comunitario de Barú.
Cortesía de la imágen: CIGmap
Los cuatro consejos comunitarios de la isla, hoy están juntos en una misma mesa. Han construido una visión compartido de futuro. La han conversado, digerido y plasmado en documentos que empiezan a compartir con otros actores de la zona. Quieren participar del desarrollo de la isla al que no se oponen pero que conciben integrado a sus realidades ambientales, sociales y culturales. Ven a las empresas asentadas en la Isla como los posibles aliados que les ayudarán a consolidar la armonía y unión entre sus comunidades, a la formación profesional y laboral de sus jóvenes, a mejorar sus servicios básicos como el del agua potable del corregimiento de Barú, a desarrollar sus propios emprendimientos ecoturísticos y a vivir disfrutando de la tranquilidad que tanto añoran.Se han dado a la tarea de pensar y soñar en construir un reglamento interno que los regule y los articule. Han hablado con las autoridades de policía para juntos construir entornos alejados del delito.
Pero las nuevas realidades de la isla los está cambiando a todos. “Los últimos diez años nos han cambiado la vida. Ya nos habíamos acostumbrado a que no pasaba nada; siempre hemos sido pobres, vivíamos de pequeños cultivos de pan coger, de la pesca, y algo del turismo. En estos años han llegado grandes proyectos portuarios, un gran hotel y urbanizaciones que nos han permitido obtener cosas que nunca pensábamos que tendríamos, porque los alcaldes siempre nos han tenido en el olvido”, dice Wilder Guerrero uno de los líderes del comité de deportes del corregimiento de Ararca. Como Wilder, piensan la mayoría de los líderes que en los últimos meses entendieron la importancia de sumarle una nueva responsabilidad a su liderazgo comunitario: “Sin abandonar nuestro compromiso con cada una de nuestras comunidades, estamos empezando a pensar como isla, pues el futuro no lo pueden imponer de afuera. No nos oponemos al desarrollo, pero tampoco aceptamos que ese desarrollo pase por encima de nuestra historia, nuestra cultura y nuestros derechos” dice con vehemencia Leonard Vallecilla, representante legal del Consejo Comunitario de Barú.

Los cuatro consejos comunitarios de la isla, hoy están juntos en una misma mesa. Han construido una visión compartido de futuro. La han conversado, digerido y plasmado en documentos que empiezan a compartir con otros actores de la zona. Quieren participar del desarrollo de la isla al que no se oponen pero que conciben integrado a sus realidades ambientales, sociales y culturales. Ven a las empresas asentadas en la Isla como los posibles aliados que les ayudarán a consolidar la armonía y unión entre sus comunidades, a la formación profesional y laboral de sus jóvenes, a mejorar sus servicios básicos como el del agua potable del corregimiento de Barú, a desarrollar sus propios emprendimientos ecoturísticos y a vivir disfrutando de la tranquilidad que tanto añoran.Se han dado a la tarea de pensar y soñar en construir un reglamento interno que los regule y los articule. Han hablado con las autoridades de policía para juntos construir entornos alejados del delito.
El mismo Comandante de la Policía de Cartagena se sorprendió al ver en los líderes de Barú tanta disposición a la acción conjunta. También han hablado con autoridades ambientales para que ejerzan con firmeza su autoridad para la protección de manglares y humedales y se han organizado para que sus expresiones culturales se afirmen en el corazón de su gente. La Isla de Barú, entonces podrá ser también el laboratorio social de convivencia entre el Estado, las empresas y las comunidades que tanto hace falta en la mayoría de regiones de Colombia. Miran con ilusión lo que vendrá para Barú, para los futuros profesionales de su comunidad y para dejar atrás los días de la exclusión y la pobreza.